Considerando el Corán y la transmisión Textual

por Josh McDowell

Hemos visto que al comparar la transmisión textual del Corán y de la Biblia, el texto de la Biblia puede ser identificado y mantenido. Pero ahora nos proponemos poner en evidencia que la transmisión del Corán no está exenta de errores ni de lecturas variantes en puntos significativos. Hay evidencias concretas en las mejores obras de la tradición islámica (p.e., el sahih de musulmán, el Sahih de Bukhari, el Mishlat-ul-Masabith), que desde el principio el Corán presentaba numerosas variantes y lecturas en conflicto. El hecho de que ya no se encuentren en el Corán se debe a que han sido discretamente eliminadas —no por dirección de Dios sino por discreción humana. Hay evidencia abundante de que cuando el Corán fue cotejado al principio por el Califa Otoman y se hizo la recensión de un texto estándar, había en existencia numerosos textos que contenían una multitud de lecturas variantes. Durante su reinado, le dieron informes de que en varias partes de Siria, Armenia e Irak los musulmanes recitaban el Corán de una manera diferente que lo recitaban en Arabia. Otoman pidió inmediatamente el manuscrito del Corán que poseía Hafsah (una de las mujeres de Mahoma e hija de Omar) y ordenó a Zaid-b-Thabit y a otros tres que hiciesen copias del texto y que lo corrigiesen siempre que lo hallasen necesario. Cuando esta tarea quedó acabada, Otoman tomó una acción drástica acerca de los otros manuscritos existentes del Corán: Otoman envió a cada provincia musulmana una copia de lo que ellos habían copiado, y ordenó que todos los otros materiales coránicos fuesen quemados, tanto los manuscritos fragmentarios como si se trataba de copias íntegras (Sahih Bukhari, Vol. 6, pág. 479).

En ningún momento de la historia cristiana ha intentado ningún movimiento cristiano principal estandarizar una sola copia de la Biblia como cierta y destruir todas las otras. ¿Por qué Otoman dio una orden así acerca de los otros Coranes que circulaban? Sólo podemos suponer que creía que contenían graves defectos —tantos y tan serios que demandaban no una revisión sino una destrucción total. En otras palabras, si valoramos la historia textual del Corán en este punto, encontramos que el Corán estandarizado como el correcto es uno que un hombre (y no Dios), en base de su propia discreción (y no por revelación) decretó ser el verdadero. No llegamos a ver en base de qué esta copia quedó justificada como la única perfecta disponible. Hay evidencias incontrovertibles de que incluso esta «Versión Revisada Estándar» del Corán no era perfecta. En las obras más acreditadas de la tradición islámica leemos que incluso después que estas copias fuesen enviadas, el mismo Zaid recordó un versículo que faltaba. Testificó él:
Encontré a faltar un versículo del Sura Ahsab al copiar el Corán, y yo solía oír al Apóstol de Alá recitarlo. Así que lo buscamos y lo encontramos con Khuzaima-bin-Thabit al Ansari (Sahih Bukhari, Vol. 6, pág. 479). El versículo era Sura 33:23. Por ello, no había un solo Corán perfecto en la época de la recensión de Otoman. En segundo lugar, hay evidencia similar de que, y hasta el día de hoy, faltan versículos del Corán, e incluso pasajes enteros. Se nos dice que Omar, en su reinado como Califa, declaró que ciertos versículos que prescribían la lapidación como la pena del adulterio fueron recitados por Mahoma en su época como parte del Corán: Dios envió a Mahoma y le envió las Escrituras. Parte de lo que envió fue el pasaje sobre la lapidación, lo leímos, nos fue enseñado, y lo obedecimos. El profeta lapidó, y nosotros lapidamos después de él. Temo que en tiempos venideros los hombres dirán que no encuentran mención de lapidación en el libro de Dios, y que por ello se extraviarán descuidando una ordenanza que Dios ha enviado. Ciertamente, la lapidación en el libro de Dios es una pena impuesta sobre hombres y mujeres casados que cometen adulterio (Ibn Ishaq, Sirat Rasulullah, pág. 684).

Aquí tenemos una clara evidencia de que el Corán, tal como lo tenemos en la actualidad, sigue no siendo «perfecto». En otros pasajes del Hadith encontramos evidencias adicionales de que ciertos versículos y pasajes formaron una vez parte del Corán, pero que ahora se omiten de su texto. Por tanto, queda bien claro que el textus receptus del Corán en el mundo actual no es el exacto textus originalis.

Volviendo a los textos que quedaron marcados para el fuego, encontramos que en cada caso había considerables diferencias entre éstos y el texto que Otoman decidió estandarizar, en base de su propia discreción, como el mejor texto del Corán. En muchos casos descubrimos que eran «variantes reales, textuales, y no meras peculiaridades dialectales, como se sugiere con frecuencia» (Arthur Jeffery, The Qur'an As Scripture, New York: Books for Libraries, 1980, pág. 97). Una diferencia entre el Corán y la Biblia, en la actualidad, es que la Iglesia Cristiana ha preservado cuidadosamente las lecturas variantes que existen en los textos bíblicos, mientras que los musulmanes, en tiempos de Otoman, consideraron conveniente destruir hasta allí donde pudiesen todas las evidencias de diferentes lecturas del Corán en su empeño de estandarizar un texto para la totalidad del mundo musulmán. Puede que en la actualidad sólo haya un texto del Corán en circulación, pero nadie puede pretender honradamente que sea exactamente el que Mahoma entregó a sus compañeros. Y nadie ha demostrado jamás por qué el texto de Hafsah mereciera ser considerado como infalible. De nada sirve decir que todos los Coranes en el mundo en la actualidad son idénticos. Una pretensión sólo tiene la fuerza de su eslabón más débil —y el eslabón débil en la cadena de la historia textual del Corán se encuentra precisamente en este punto donde, en aquellos tempranos tiempos cruciales, existieron códices distintos y diferentes del Corán; y se ha puesto en evidencia que el texto que fue finalmente estandarizado como el mejor estaba aún lejos de estar completo o perfecto en forma alguna. 

Los musulmanes creen que judíos y cristianos han corrompido el texto bíblico a fin de alcanzar sus propios fines, pero la historia textual de la Biblia, como hemos visto, no sustenta esta tesis en absoluto. Lo anterior puede ser recapitulado de la siguiente manera:

1. Hay poca evidencia física manuscrita de alteración para sustentar las pretensiones del Islam. De hecho, lo cierto es lo contrario. La asombrosa devoción del pueblo judío a la Torá y la copia meticulosa del texto por parte de los Masoretas milita en contra de las acusaciones musulmanas. (Véase Family Handbook of Christian Knowledge, The Bible, por Josh McDowell y Don Stewart, publicado por Here's Life Publishers, Inc., San Bernardino, California, © 1983, págs. 44-48).

2. No hay respuestas satisfactorias acerca de por qué los judíos y los cristianos querrían cambiar su texto.

3. En la época de la supuesta corrupción textual, habría sido imposible para judíos y cristianos cambiar el texto: estaban esparcidos por todo el mundo.

4. Además, en la época de esta corrupción del texto habría habido demasiadas copias circulando para cambiar, por no mencionar la diversidad de idiomas y versiones.

5. Los judíos y los cristianos sentían mutua hostilidad. No podrían haber llegado a un acuerdo.

6. Las sectas nuevas diferentes habrían estado en desacuerdo con los cambios. Por ello, no se podría haber logrado un conjunto uniforme de alteraciones, que es lo que pretenden los musulmanes.

7. Los que habían sido judíos y cristianos y que se hicieron musulmanes nunca mencionaron ninguna posibilidad de una corrupción deliberada, en contra de lo que podríamos esperar si tal cosa fuese cierta (cf. Christianity Explained to Muslims,págs. 20-21).

La evidencia sustenta la idea de que tanto el Corán como la Biblia son fiables como expresión de lo que se escribió originalmente. La pretensión musulmana de que la Biblia fue corrompida no concuerda con los hechos. Además, hay sanas razones para cuestionar mucho del uso que hace el Corán de la Biblia en su texto.


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