Uno de los principales instrumentos que utiliza Satanás para atacar sexualmente a la humanidad en general (mayormente a los hombres) y a los creyentes en particular es la pornografía, la cual existe en un grado epidémico en los Estados Unidos y el resto del mundo occidental.
La palabra «pornografía» viene de dos palabras griegas muy antiguas. La primera es porné, que originalmente significaba prostituta, y se traduce como «ramera» en el Nuevo Testamento. Aunque el término se refería más que todo a las mujeres prostitutas, también era aplicado a los varones. Y la segunda es graphé, que quiere decir imagen, pintura o escritura, y que abarca a toda clase de símbolos físicos externos que producen excitación sexual en aquellos que los utilizan.
Tanto en el mundo occidental como en otras naciones, la pornografía está invadiendo no sólo la cultura en general sino también los hogares. Y los hogares cristianos no son una excepción. En otras épocas, la pornografía se encontraba sólo en ciertas tiendas de mala fama de los barrios chinos; ahora se vende abiertamente. Los autoservicios ofrecen entre sus artículos pornografía blanda, fotografías y relatos estimulantes centrados en la desnudez y en una sexualidad normal, muchas veces colocada justo al lado del puesto del cajero. En la mayoría de las bibliotecas públicas, los niños al igual que los adultos pueden conseguir libros sobre sexo muy explícitos con fotografías de hombres y mujeres desnudos. Los medios de comunicación, en particular las revistas, las películas, los videos y la televisión, promueven la desnudez y las actividades sexuales ilícitas a una velocidad alarmante, y se jactan de que las imágenes y los relatos se harán cada vez más explícitos en los meses siguientes.
La pornografía, del mismo modo que la prostitución, no es un crimen inofensivo como a veces se afirma. Sus víctimas están por todas partes. Incita a la imaginación a cometer adulterio mental; produce deseos contrarios a la voluntad que Dios tiene para nuestra vida; aviva las pasiones y la excitación sexual especialmente en los hombres, haciéndolos peligrosos en potencia para las mujeres y los niños.
Aunque algunos «expertos» lo nieguen, el hombre promedio sabe que esto es cierto. Muchos varones, incluso cristianos, han sido estimulados por la pornografía y se han visto tentados a buscar relaciones sexuales aun con mujeres o niños que no las querían. ¡Cuántos incestos y violaciones hay como resultado de la excitación sexual causada por la pornografía!
La pornografía es un juego que implica a la mente, la imaginación y la fantasía. Conduce a la lujuria mental para con las mujeres, la cual el Señor Jesús condenó en Mateo 5.27–29. Constituye una industria que factura más de ocho mil millones de dólares anuales en Estados Unidos. Y aunque en la actualidad incursiona en el sector femenino de la sociedad, es un problema de hombres, sobre todo de solteros.
El efecto negativo de la pornografía sobre el concepto que el varón tiene de las mujeres y del lugar que ocupa el sexo en la relación hombre-mujer es devastador incluso en opinión de muchos científicos seculares. La investigadora Harriet Koskoff hace notar que:
La pornografía motiva las fantasías[ … ] permitiendo que los hombres conviertan mentalmente en masilla la carne de las mujeres. De manera más exacta, la pornografía es una ayuda para la masturbación[ … ] creo que la pornografía tiene algo que ver con la sociedad indulgente en que vivimos[ … ] es parte de la mentalidad del «yo, me, mi, soy el centro del universo» que se ha apoderado de nosotros. El tema principal de la pornografía es la masturbación, sea mental o física. Y la estrella de la masturbación es al mismo tiempo el director y el espectador[ … ] Hoy en día, los consumidores de material porno entran en una tienda de videos del vecindario y seleccionan uno de los 7.000 títulos disponibles.
Otro investigador añade:
«La pornografía tiene que ver con la descripción gráfica del sexo anatómico. No hay lugar en ella para los sentimientos humanos[ … ] para dos personas que comparten lo más profundo de sí mismas. Si lo único que (el espectador) tiene en su mente son imágenes de individuos apareándose como animales de granja, ¿cómo aprenderá jamás que el amor es lo que estimula la vida sexual?»El Dr. James Dobson, que en 1986 fue elegido para formar parte de la Comisión del Fiscal General del Estado para el Estudio de la Pornografía en Estados Unidos, dio una visión panorámica completa de la epidemia que azota a América, en la edición de agosto de ese año de Focus on the Family [Enfoque a la familia].
Un pastor investiga
El Rvdo. Bill Hybels, pastor de Willow Creek Community Church en South Barrington, Illinois, EE.UU., ha escrito un libro chocante sobre la pornografía titulado Christians in A Sex Crazed Society [Los cristianos en una loca sociedad sexual]. Algunos extractos de su excelente obra fueron publicados en un artículo de la revista Moody Monthly en abril de 1989, bajo el título de «The Sin That So Easily Entangles» (El pecado que nos asedia).El citado artículo es riguroso pero chocante, sobre todo en lo que se refiere a la irrupción de la pornografía en nuestros hogares cristianos. Lo que transcribimos a continuación ha sido sacado de dicho artículo con permiso del editor.
Bill Hybels comenzó a tomar conciencia de la irrupción de la pornografía en las iglesias aconsejando a cristianos «piadosos», incluso líderes, cuyas vidas eran asoladas por la esclavitud a los materiales pornográficos. Se sintió sacudido en lo más profundo de su ser ante los descubrimientos que hizo.
Primeramente, Hybels descubrió que la pornografía ha cambiado para peor.
Se preguntaba si su perturbadora experiencia al aconsejar a los miembros de su iglesia esclavizados por los materiales pornográficos sería la excepción. «¿No estaremos armando demasiado alboroto respecto de la pornografía?», pensaba.
Tengo cientos de preocupaciones más urgentes que la de arrancar Playboy de las manos a quienes lo compran una que otra vez. Además, yo miré algunas de esas fotos desplegables retocadas del centro de la revista cuando estaba en el instituto y no arruiné mi vida por ello. Tengo un matrimonio feliz, dos hijos. ¿A qué tanto jaleo?
Durante los últimos años he oído los gritos de aquellos que pretenden que la pornografía está proliferando y que deberíamos hacer algo al respecto. Incluso ha habido líderes de zona que se han puesto en contacto conmigo para pedirme que les ayudara a cerrar las librerías «para adultos» de nuestra comunidad. No dejaba de preguntarme: «¿Por qué tanto drama?»
Sin embargo, cuando investigué el asunto tuve uno de los despertares más bruscos de mi vida. Conseguí ejemplares de revistas pornográficas y descubrí que aquellas que solía mirar a hurtadillas cuando estaba en el instituto ni siquiera existen ya. No pude hacerme con ninguna publicación que presentara mujeres parcialmente vestidas, el tipo de pornografía moderada que era normal hace quince años.
En cambio, me di cuenta de que la pornografía moderada actual, la que podemos comprar en cualquier tienda del barrio, contiene surtidos de fotos que desafían a toda imaginación e incluye imágenes de mujeres que están siendo atadas y amordazadas, violadas, azotadas y maltratadas. Lo normal es una serie de múltiples compañeros de relación en poses heterosexuales, homosexuales y lesbianas, y el tema subyacente lo constituyen casi siempre la dominación o la violencia.
Las revistas más crudas describen escenas de violaciones por pandillas, torturas y bestialismo. Algunas de las más populares presentan a hombres y mujeres manteniendo relaciones sexuales con niños de edades comprendidas entre los tres y los ocho años. Al descubrirlo me sentí horrorizado y ultrajado. Luego supe del sector más degradado de la industria pornográfica: las librerías «para adultos». Hay más de éstas en los Estados Unidos que sucursales de McDonald’s (veinte mil). En ellas se venden revistas y accesorios eróticos, pero su mayor atracción son las cabinas de películas. Un oficial de policía miembro de mi iglesia que se infiltró en este sector de las librerías para adultos me ha contado cosas no aptas para publicar. No hay ningún tipo de pornografía como la de hace quince años; pero lo que más me preocupa es el daño que la misma causa a los que quedan atrapados en ella.
En segundo lugar, Hybels descubrió que la pornografía produce adicción.
Cuando cedemos a nuestros apetitos sexuales y comenzamos a ver videos, películas y revistas explícitas, descubrimos que la pornografía causa adicción. Nos hace desear más y más materiales, y al igual que el alcohol y las drogas, destroza vidas. Esta semana he recibido una carta de alguien de mi iglesia que está luchando con esta adicción, y dice:
«Soy un inválido emocional. La adicción que tengo a la pornografía paraliza mi vida espiritual, pervierte mi visión del mundo, deforma mi vida social y destruye cualquier posibilidad de que Dios me utilice. Y sin embargo no puedo dejarla. La lujuria me consume, aunque no me satisface. La pornografía me promete todo, pero no da nada».
Hace algún tiempo intenté ayudar a una mujer cuyo marido era adicto a la pornografía. Me trajo un recibo de teléfono de más de trescientos dólares, el hombre hacía entre veinte y treinta llamadas a los teléfonos eróticos cada noche y también tenía una pila de revistas de metro y medio de altura y cajas llenas de películas pornográficas.
Aquellos que no hemos tenido nunca adicciones jamás comprenderemos la intensidad del deseo que sienten los adictos; pero debemos ser lo más comprensivos y compasivos posible, ya que personas que tienen importancia para Dios y se sientan a nuestro lado en la iglesia han cruzado sin querer esa línea invisible. Son esclavos de una forma de vida que los conduce a la aflicción y la ruina, y no saben cómo dejarla.
En tercer lugar, Hybels comprendió que la pornografía degrada a las mujeres.
Mostrar cómo las mujeres son seducidas, desnudadas y tratadas como animales de granja constituye un repugnante ataque contra su dignidad. Jesús elevó el papel y la dignidad de las mujeres, de modo que los cristianos sienten repulsa cuando se atenta contra su dignidad en los materiales pornográficos. Pero todavía me preocupa más el ataque sutil de la pornografía contra la naturaleza y el carácter del sexo femenino. Los materiales pornográficos presentan a las mujeres con un apetito insaciable de sexo.
Si hay un hilo conductor que da cuerpo a todo el contenido pornográfico, es el énfasis continuo, en docenas de formas distintas, en que incluso cuando las mujeres indican que no están interesadas en las propuestas sexuales de un hombre, en realidad lo están[ … ] Hay miles de hombres en nuestra comunidad que son adictos a la pornografía y que vagan por los lugares públicos convencidos de que todas las mujeres se pasan el día ansiando mantener relaciones sexuales. Si una mujer se resiste, lo que quiere en realidad es que el hombre se imponga a ella y la tome por la fuerza.
En cuarto lugar, Hybels comprendió que la pornografía destruye insidiosamente el matrimonio.
Sé que muchas parejas casadas de mi iglesia ven juntas videos pornográficos para añadir algo de estímulo a sus vidas sexuales. En un principio, ver pornografía puede excitar y estimular a los cónyuges; pero no son los resultados iniciales los que me preocupan.
Hace poco aconsejé a una mujer que era líder en su iglesia y cuyo marido tenía el cargo de anciano. Ambos habían empezado a usar pornografía hacía algunos años como estímulo para sus relaciones maritales, y ahora ella venía a verme porque su matrimonio estaba arruinado.
Dios diseñó la sexualidad marital para que brotara en el contexto de una relación íntima y cariñosa donde siempre estuvieran presentes el cuidado del otro, la comunicación, el servicio y la ternura. Cuando esos valores se cultivan en el matrimonio, despiertan la atracción sexual, y entonces el coito se convierte en una expresión de interés y amor, una forma de decir: «Me importas. Te quiero y deseo comunicártelo con ternura».
La pornografía frustra todo esto, reduciendo la dimensión sexual del matrimonio a un acontecimiento atlético biológicamente inducido, hasta que por último ya no se hace demasiado énfasis en la parte tierna de la vida de pareja. Cuando ésta se escapa de una relación, desaparecen el corazón y el alma de la sexualidad marital. La mujer empieza entonces a sentirse usada y agraviada, y el hombre frustrado y vacío. Una mujer me dijo: «Mi marido y yo no podemos tener experiencia sexual sin empezar viendo pornografía. Pero luego nos sentimos sucios, culpables y vacíos».
En quinto lugar, Hybels descubrió que la pornografía es devastadora para los niños.
La pornografía cae de una u otra manera en manos de los niños (y de los adolescentes), conduciéndolos a menudo a la experimentación sexual equivocada cuyos resultados son muy destructivos.
Cierta mujer dijo que ha pasado los últimos veinte años tratando de recuperarse de los daños que le causó su hermano. Este comenzó a mirar pornografía cuando tenía doce años de edad, y ya que no sabía sobre qué enfocar su excitación sexual utilizó a su hermana de diez.
Si la pornografía deforma la perspectiva sexual de los adultos, piense en lo que les hará a los niños, que son incapaces de tomar decisiones prudentes aun sobre cosas sencillas, ¡cuánto más en temas tan complejos como la sexualidad humana!
Los niños se convierten en víctimas de la pornografía también de otra manera: al caer en manos de adultos cuyo uso de la misma les ha despertado un repugnante interés en la explotación de los pequeños. Un hombre de mi iglesia, en una carta anónima, admitió ser adicto a la pornografía y haber hecho proposiciones a una niña de doce años de edad.
Cierto grupo de la Costa Occidental [de Estados Unidos] tiene este lema: «El sexo antes de los ocho; para que no sea demasiado tarde». Hay libros a la venta que ofrecen claras instrucciones a quienes abusan sexualmente de los niños sobre cómo seducirlos.
Los productores y comerciantes de pornografía están enfocando hacia los niños de edades comprendidas entre los doce y los diecisiete años de edad su estrategia de venta para la siguiente oleada de materiales sexualmente explícitos. ¿Quién los detendrá?
En mi ministerio a nivel mundial con líderes cristianos he aconsejado a cientos de ellos que tenían graves disfunciones sexuales. En la mayoría de los casos, sus problemas comenzaron bien por haber sido víctimas de abusos sexuales en la infancia, bien por estar esclavizados a la pornografía desde la adolescencia o la juventud.
Quisiera complementar las observaciones de Hybels acerca de la amenaza que representa la pornografía para el matrimonio con un ejemplo reciente. Durante mis conferencias sobre la vida y la guerra espiritual, intento estar disponible para aconsejar personalmente a matrimonios o individuos. En cierta ocasión aconsejaba a una preciosa pareja misionera acerca de varias necesidades que tenían, y una vez terminada la sesión, la esposa se quedó un poco rezagada y me pidió una consulta en privado para el día siguiente, a lo cual accedí.
—Tengo dificultades para responder sexualmente a mi marido — me confesó.
—¿Cree usted que puede identificar la raíz de su problema?
—Sí — contestó, sé cuando empezó el problema. Hace algún tiempo estaba ordenando el armario de mi esposo y descubrí algunas revistas escondidas entre sus pertenencias personales.
»Por lo general no suelo examinar sus cosas; sólo descubrí aquellas publicaciones de manera accidental. Cuando las abrí me quedé pasmada al verlas llenas de fotografías de hermosas mujeres totalmente desnudas.
»Estaba aturdida. Jamás había sospechado que se interesara en ninguna otra mujer aparte de mí. Aquello me horrorizó y me puse a llorar.
»Cuando volví a mirar los cuerpos de aquellas mujeres tan bien dotadas y luego me fui al espejo para verme a mí misma, no pude sino exclamar: “Dios mío, ¿es eso lo que él desea de mí? Jamás podré satisfacerle. No tengo todo lo que esas mujeres pueden ofrecerle”. Desde entonces no he vuelto a disfrutar de las relaciones sexuales con él.
No puedo menos que advertir a mis lectores varones que utilizan casualmente la pornografía que esto mismo podría suceder en sus matrimonios. Tal vez el 99 por ciento de las mujeres del mundo no están físicamente dotadas como esas otras dispuestas a vender sus cuerpos a la industria pornográfica. Cuando uno empieza a superponer tales fantasías sexuales al papel de su esposa en su unión marital está poniendo en peligro la intimidad de su matrimonio.
Michael J. McManus, autor de la columna «Etica y Religión» publicada en tantos periódicos americanos, dice lo siguiente acerca de la pornografía:
Entre 1960 y 1985, se ha cuadruplicado el número de hijos ilegítimos, triplicado el de abortos y divorcios, y centuplicado el abuso sexual de niños. En mi opinión, la causa de estos aumentos puede encontrarse en la pornografía, que justifica el liberarse de toda restricción. El hombre necesita disciplina en el terreno sexual de la misma manera que para triunfar en la vida. La pornografía tiene dimensiones transculturales. Algunas personas que no cuentan con la posibilidad de acceder a la página impresa, los videos y/o los cines pornográficos, tienen sus propias formas potenciales de esclavitud a la pornografía. El joven que rompe con un tabú local y practica regularmente el voyeurismo en un entorno tribal está participando en un tipo de pornografía de su propia cultura tanto como aquél que tiene a su disposición literatura, películas y tiendas porno.
Por último quisiera compartir otro ejemplo que me proporcionó uno de mis antiguos alumnos de la Universidad Biola, el cual escribió:
Desde mi niñez había quedado atrapado en [la pornografía] y no era capaz de liberarme de ella, por mucho que orara o confesase. Había escondido este pecado de todo el mundo. Me avergonzaba y azoraba tanto que no podía confiárselo a nadie, ni dentro ni fuera de la iglesia. Sólo recientemente logré descubrir a mi mujer esta área pecaminosa de mi vida. No aspiraba al ministerio, ya que no era capaz de acabar con tal adicción y no quería deshonrar a mi Señor. Siempre temía ser descubierto. Estoy agradecido de poder decir que ahora soy libre.
La inmoralidad, naturalmente, implica mucho más que la pornografía. No obstante, en la batalla por la mente, ella representa una de las principales puertas abiertas a la estimulación ilícita de la imaginación, lo que siempre llamo la esfera de la fantasía.
Una súplica
Concluyo este capítulo con una súplica encarecida: Si tiene usted algo que ver con la pornografía, rompa su hábito ahora. Busque un compañero de oración con el cual pueda expresarse y que le ayude a obtener la sanidad (Santiago 5.16) orando por usted y animándole. Busque a alguien ante quien ser responsable de sus actos, que le vigile, y a quien pueda acudir cuando la tentación intente dominarle.
Si no lo deja ahora y busca ayuda, su esclavitud no hará más que aumentar. Si es usted un consumidor ocasional, rompa por completo en este momento con esa costumbre. Controle lo que ve en el cine, la televisión o los videos. Niéguese a comprar, ver o leer cualquier literatura sexualmente estimulante. La libertad que experimentará habrá valido la lucha inicial. «El Hijo del Hombre le libertará y será verdaderamente libre». Lo sé. Yo mismo disfruto de esa libertad y vale más que todo el oro del mundo.
Excelente artículo.
ResponderEliminarBendiciones!