La Masturbación o Autosexualidad no sale en la Biblia, ¿pero es mala?

por Ed Murphy | 


La inmundicia o impureza abarca no sólo la práctica de la homosexualidad, sino también aquella de la autoestimulación conocida igualmente como masturbación. El diccionario define la masturbación como la «estimulación de los órganos genitales hasta el orgasmo, llevada a cabo mediante contacto manual o corporal de otro tipo excluyendo el coito». Quizás esta u otra definición parecida contaría con la aceptación general de los médicos y los consejeros. Dicha práctica, por lo tanto, consistiría en producir el orgasmo por cualquier otro medio que no fuera la cópula sexual.

Hacia una definición práctica
Sin embargo, a mí esta definición amplia me causa problemas. Por eso prefiero el término más limitado de la «autoestimulación sexual», que enfatiza la propia gratificación, una forma de narcisismo. Se trata de una actividad sexual totalmente egoísta, llevada a cabo mediante la autoexcitación, hasta conseguir el orgasmo. También me gusta la palabra que emplea Norman L. Geisler: «autosexualidad».

La definición dada por el diccionario implicaría que casi todas las parejas casadas practican la masturbación en diferentes momentos de su vida marital, cuando el coito completo no es posible o aconsejable para uno de los cónyuges por distintas razones. También significaría que algunos matrimonios utilizan con regularidad la masturbación, particularmente aquellas mujeres que no pueden alcanzar el orgasmo sin un estímulo manual de su marido. A menudo, cuando se da esta situación ya hay suficiente trauma personal como para añadir la idea de que se está practicando la masturbación.

El sicólogo Earl D. Wilson reconoce esta realidad en el excelente capítulo sobre la masturbación de su libro Sexual Sanity [Sanidad sexual], una obra de gran utilidad. Wilson escribe: «Para algunas parejas, la masturbación es necesaria a fin de alcanzar el máximo ajuste sexual».

Cuando aconsejo a matrimonios que tienen esta clase de problema personal, jamás utilizo la palabra masturbación para referirme a lo que ellos hacen. Prefiero llamarlo  «estimulación manual». A pesar de que vivimos en una era de supuesta liberación sexual, entre los cristianos sensibles todavía hay un sentido de vergüenza conectado con la palabra «masturbación». El amontonar vergüenza sobre un hombre o una mujer ya angustiados es injusto e imprudente. La definición que hago de masturbación es, por lo tanto, la práctica de la autoestimulación hasta alcanzar el orgasmo por los medios que sean. El centro de atención se halla en esa estimulación. Es una forma de autoerotismo que conlleva la preocupación con los propios órganos sexuales y el orgasmo. La mayoría de los autores cristianos que he leído tienen una opinión en cierto modo más flexible de la autosexualidad que la mía. Sin embargo reconocen muchos de los peligros que entraña.

El silencio de la Biblia
La Biblia no dice nada en absoluto acerca de esta práctica. Earl Wilson comenta acertadamente:
La masturbación, como otros muchos temas de gran preocupación personal y social, no es ni condenada ni condonada en la Escritura. En realidad, no he podido encontrar ninguna declaración escritural directa acerca de ella. Los cristianos no siempre han sido sinceros en cuanto a este hecho y han tratado de dar la impresión de que sus opiniones sobre el tema estaban respaldadas por imperativos bíblicos. Este no es el caso.

Luego cita la interpretación tradicional católica de Génesis 38.8–10. Alcorn dice que a partir de dicho texto la masturbación comenzó a «llamarse onanismo por el supuesto hecho de un hombre llamado Onán». Sin embargo, un estudio de dicho pasaje no revela en absoluto ningún ejemplo de autosexualidad. Onán tuvo coito con la mujer del relato, pero al llegar al momento del orgasmo «vertía en tierra, por no dar descendencia a su hermano» (v. 9). Y sigue diciendo: «La cuestión fue la desobediencia de Onán al negarse a engendrar hijos para su difunto hermano, a lo cual estaba obligado por la ley y la lealtad familiar».

Una apelación a los principios bíblicos
En casos como este en los que la Biblia guarda silencio, deberíamos guiarnos por los amplios principios escriturales referentes al sexo. La sexualidad es un don de Dios, no sólo necesario para la procreación, sino también como acto particular por el cual el hombre y la mujer se convierten en «una sola carne» de la manera más significativa.

El coito es una especie de matrimonio, dice Geisler:
Si se produce fuera de un compromiso de amor de por vida, es un «mal matrimonio»; de hecho constituye el pecado que la Biblia llama fornicación (cf. Gálatas 5.19; 1 Corintios 6.18). La primera referencia al matrimonio declara que el hombre y la mujer se convierten en «una sola carne» (Génesis 2.24), implicando que cuando dos cuerpos se unen hay matrimonio … El coito inicia un «matrimonio».

Si no se entra en el mismo con un compromiso de amor de por vida, entonces constituye una unión perversa, un acto de fornicación. Geisler considera que la autosexualidad es en general mala y la masturbación pecaminosa: «(1) cuando su único motivo es el mero placer biológico; (2) si la persona permite que se convierta en un hábito compulsivo; y/o (3) cuando dicho hábito es el resultado de sentimientos inferiores y produce sentimientos de culpabilidad». Continúa el autor con una importante afirmación: «La masturbación es pecaminosa cuando se realiza en conexión con imágenes pornográficas, ya que Jesús dijo que la lujuria tiene que ver con los intereses del corazón» (Mateo 5.28).

Por último, escribe que la autosexualidad:
[ … ]puede ser correcta si se utiliza como un programa temporal y limitado de autocontrol a fin de evitar el pecado sexual antes del matrimonio. Si uno está comprometido a llevar una vida pura hasta el momento de casarse, puede ser permisible en ocasiones hacer uso de la autoestimulación sexual para aliviar la tensión. Siempre que no se convierta en un hábito o en un medio para satisfacer la lujuria personal, la masturbación no tiene por qué ser un acto inmoral (cf. 1 Corintios 7.5; 9.25) … La masturbación utilizada con moderación, sin lascivia, con el propósito de conservar la propia pureza no es inmoral.

Problemas de la autosexualidad
Estoy de acuerdo con las primeras afirmaciones de Geisler acerca de los tres casos en los que la autosexualidad es mala. Sin embargo, tengo problemas con su autorización (y la de otros autores) en cuanto a la misma como alivio para la lujuria. Primero, ¿debe convertirse la autosexualidad en un esposo o una esposa suplente? Como toda persona con un matrimonio feliz sabe, cuando se entra en una vida de profunda realización sexual con el ser amado, resulta aún más difícil cortarla de repente a causa de la enfermedad, la separación forzosa o la muerte.

En segundo lugar, ¿es la autosexualidad la única forma de evitar la lujuria? ¿No hay otras maneras mucho más en consonancia con las Escrituras y que no implican riesgo, como sucede con la masturbación, de convertirse en un hábito? Earl Wilson y Randy Alcorn, aunque por lo general coinciden con Geisler, hacen algunas observaciones importantes que dan equilibrio al tema que nos ocupa. Wilson defiende el énfasis bíblico en el autocontrol al decir que si la autosexualidad fuera el camino a seguir, el apóstol Pablo lo diría en su enseñanza sobre el autodominio sexual en 1 Corintios 7.8–9. ¿Por qué no expresa el apóstol que si alguien no puede controlar su instinto sexual se masturbe?

Esto es lo que muchos autores parecen estar diciendo. Wilson comenta al respecto: Hay una respuesta que parece evidente: la masturbación no es una forma de autocontrol, sino a menudo una falta del mismo. Las fantasías sexuales y la masturbación permiten a las personas entrar en una relación erótica con múltiples individuos, lo cual no parece compatible con la exhortación de Pablo a ejercer el dominio propio, como leíamos en 1 Corintios 6.12–13 … Nos engañamos a nosotros mismos cuando decimos que no podemos vivir sin la masturbación. Ese mismo aserto raya en la obsesión.

Necesitamos reconocer que somos personas amantes del placer y que la masturbación es una forma de escoger el culto a éste antes que a Dios. Wilson sigue diciendo que el segundo de los principales problemas en cuanto a la autosexualidad es su despersonalización, y cita el título del excelente capítulo de John White sobre el autoerotismo: «El sexo en una isla desierta». Su argumento completo contra la autosexualidad como un estilo de vida sexual legítimo, es que el sexo lo da Dios para contrarrestar la soledad humana («No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él», Génesis 2.18). La autosexualidad, en cambio, produce mayor soledad. Aquello que fue creado para unir de por vida a un hombre y una mujer, se utiliza erróneamente generando el peor tipo de soledad y aislamiento que pueda darse.

Tus deseos sexuales están asociados con una necesidad más profunda: que alguien comparta tu isla y termine con tu soledad … La masturbación es estar solo en una isla. Frustra el mismo instinto que intenta gratificar. Alcorn está de acuerdo con la línea general de pensamiento que siguen Wilson y White, y concluye su capítulo sobre la autosexualidad con dos asuntos importantes.

El primero es que «la masturbación parece ser una parte natural del descubrimiento que el adolescente hace de sí mismo, particularmente los chicos». Y advierte a los padres cristianos que no deben alterarse si descubren a sus hijos adolescentes masturbándose; ni amenazarlos con que les producirá locura o algún tipo de desajuste físico o emocional posterior.

Y el segundo es que los individuos no deberían permitir que la autosexualidad se convirtiera en «el centro de su vida. Los sentimientos de culpabilidad, vergüenza y autoaborrecimiento, así como el resentimiento contra Dios por haber hecho del estímulo sexual una fuerza tan poderosa en la vida humana, pueden estropear la vida de un creyente», dice Alcorn.

Si hemos cometido pecado de autosexualidad, podemos ser perdonados. Si estamos atados a ese hábito, hay forma de salir de él. Como expresan todos los autores-consejeros mencionados: del mismo modo que uno elige masturbarse, puede también decidir dejar de hacerlo. Si la práctica es obsesiva y de mucho tiempo, tal vez el romper con ella implique una verdadera guerra espiritual; pero en Cristo podemos dejarla. Alcorn, Wilson y White sugieren algunos pasos sencillos que podemos dar a fin de obtener la victoria sobre este hábito potencialmente obsesivo.

Siete razones para resistir a la autosexualidad
Tengo otras razones que me hacen adoptar una posición firme en contra de la autosexualidad. No puedo aceptarla como «la válvula de escape de Dios para el instinto sexual incorporado», una expresión común entre los dirigentes cristianos con quienes he discutido este tema.

En primer lugar, no se trata de algo necesario. Como cualquier otro hombre también tengo un fuerte interés sexual; sin embargo no practico la autosexualidad, aunque en ocasiones mi ministerio me haya alejado de mi tierna esposa durante meses. Con el paso del tiempo mi intimidad sexual con ella, en vez de hacerse más superficial, se profundiza. Después de cuarenta años de matrimonio, ella sigue resultándome tan deseable como siempre, e incluso más. La madurez trae consigo un amor más profundo por esta maravillosa mujer que Dios me ha dado y a la que digo continuamente que, después del Señor mismo, es el mayor regalo que he recibido de Él. Cuando me encuentro lejos de ella, incluso cuando estoy solo y anhelo su amor, no practico la autosexualidad. Decido no hacerlo. Y con este autodominio dado por Dios he recibido una libertad y una paz maravillosas. No hay paz ni libertad en estar esclavizado a la masturbación.

En segundo lugar, la masturbación no disminuye la tensión sexual, sino que la aumenta. Cuando deje de practicarla, su tensión sexual se resolverá por sí sola siempre que lleve una vida activa y realice un ejercicio físico disciplinado. De este modo se sentirá cansado por la noche y no necesitará la autoestimulación sexual para relajarse y dormir.

En tercer lugar, la conducta autoerótica implica casi siempre pecado sexual y lascivia en el terreno de la fantasía, aunque no se centre en ninguna persona en particular.

En cuarto lugar, la autosexualidad produce una fijación en los propios órganos y deseos sexuales, al contrario de lo que sucede en una relación sexual compartida con el esposo o la esposa.

En quinto lugar, la autosexualidad crea hábito. No estoy diciendo que una autoestimulación ocasional se convierta irremediablemente en un hábito obsesivo. La experiencia demuestra que no es así. Sin embargo, nadie llega a ser jamás esclavo de un hábito si no lo inicia en un momento dado y lo continúa practicando cada vez más. Esta es la única forma en que la autoestimulación puede llegar a convertirse en una esclavitud sexual. Por lo tanto, la única manera segura de evitar la posibilidad de contraer dicho hábito y esclavizarse a él es nunca empezar a practicarlo.

En sexto lugar, la autoestimulación erótica desempeña un papel central en casi todas las formas de esclavitud sexual: desde la promiscuidad hasta la homosexualidad pasando por la pornografía. Tal vez todos los «adictos al sexo» tengan el hábito de la masturbación. Que recuerde, en cada uno de los casos en que he tenido que aconsejar a hombres o mujeres con ataduras sexuales, la masturbación ha estado implicada. Algunas personas no pueden disfrutar de una relación sexual sana y satisfactoria con su cónyuge, pero se masturban con frecuencia.

Y por último, la masturbación incontrolada puede tener una clara dimensión demoníaca. He echado demonios de masturbación de la vida de hombres y mujeres sexualmente esclavizados. No digo que los demonios estén vinculados de manera directa a la vida de aquellos que tienen ataduras de prácticas autosexuales, ni tampoco con la mayoría de los que son adictos a tales prácticas, pero sí que pueden asociarse a la vida de cualquiera que esté atado a esta práctica sexual imprudente. Tales personas necesitan consejo, pero también liberación.

La esclavitud a la masturbación implica guerra espiritual. Puede que el deseo venga del interior del individuo, lucha con las concupiscencias de la carne, del exterior, lucha con un mundo enloquecido por el sexo o, como sucede a menudo, de arriba, lucha contra los demonios sexuales que nos tientan a la actividad sexual ilícita o imprudente (1 Corintios 7.5).

Un colega misionero con quien solía viajar experimentaba cada vez una mayor soledad durante las frecuentes separaciones de su esposa. Nunca había practicado la masturbación salvo en algunas contadas ocasiones cuando era adolescente, y al expresarle sus sentimientos de añoranza a dos amigos también misioneros, éstos se quedaron asombrados de que no hubiese probado la masturbación como medio de alivio temporal mientras estaba fuera de casa. Ambos dijeron que la utilizaban y que era la válvula de escape de Dios para contener los deseos sexuales.

Mi amigo empezó a seguir sus consejos, al principio de manera ocasional. Luego lo hizo cada vez con más frecuencia, en particular por las noches, mientras se hallaba en el baño o solo en la cama. Aunque le proporcionaba algo de alivio, en realidad le hacía sentirse muy inseguro. En los momentos más inoportunos, a menudo cuando estaba orando y leyendo la Biblia, o predicando, le cruzaban por la mente las imágenes de su actividad sexual. Sentía que debía dejar de masturbarse, y así lo hacía durante algún tiempo, pero luego el deseo volvía más fuerte que nunca.

A la larga, llegó a sentirse muy preocupado por su incontinencia. En vez de disminuir sus deseos sexuales el hábito que había adquirido parecía aumentarlos. Hasta que una noche, mientras estaba en la cama, le sobrevino el deseo con una intensidad mucho mayor de la que había conocido nunca. De repente se dio cuenta de que una presencia maligna estaba en su habitación. Acababa de empezar a aprender sobre la dimensión demoníaca de la guerra espiritual, pero percibía que se trataba de Satanás.

Enseguida recordó el pasaje de Santiago 4.7–8, que dice: Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Entonces empezó a someter otra vez al Señor su sexualidad y sus órganos sexuales, incluyendo su mente, sus emociones y su voluntad; después de lo cual resistió al diablo y a sus demonios sexuales en voz alta. Ocupó su lugar con Cristo en el trono, sobre todos los principados y las potestades del mal, y proclamó su victoria por medio de Aquel que había derrotado a Satanás y a sus espíritus malos en la cruz.

En pocos minutos, la presencia maligna desapareció y su incontrolable pasión sexual quedó dominada. Luego mi amigo se acercó al Señor con alabanza, adoración y acción de gracias. Dios, como había prometido, se acercó también a él (Santiago 4.7–8). Aquella noche no se masturbó; y aunque la experiencia tuvo lugar hace veinte años aproximadamente, jamás ha vuelto a hacerlo. El sigue viajando en un ministerio mundial, casi siempre sin su mujer, pero no ha tenido más problemas con la masturbación, ni siquiera tentaciones fuertes a practicarla, desde entonces. ¿Por qué arriesgarnos a ser esclavizados por la autoestimulación sexual cuando la libertad en Cristo es nuestra?

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