por Craig Evans |
Durante una buena parte del periodo moderno de la investigación bíblica (aproximadamente en los dos últimos siglos) ha estado de moda dudar que Jesús pensaba que él era el Mesías de Israel. Se argumentaba que la confesión según la cual Jesús era el Mesías surgió entre sus seguidores judíos como consecuencia de la proclamación pascual que afirmaba que Jesús había sido resucitado.
Las dudas en este sentido continuaron durante gran parte del siglo XX, especialmente en la investigación alemana. A lo sumo, algunos estudiosos estaban dispuestos a admitir una autocomprensión mesiánica implícita por parte de Jesús, que se veía, por ejemplo, en las expresiones jesuanas de autoridad, con las palabras o con los hechos. Sin embargo, esta imagen ha cambiado en los últimos años, gracias principalmente a una mejor comprensión del mesianismo judío en tiempos de Jesús y a algunos textos importantes de la región del Mar Muerto publicados finalmente en la década de 1990.
Pero antes de seguir adentrándonos en esta cuestión, sería útil definir el término mesianismo. La palabra mesías es hebrea y significa «ungido ». En el Antiguo Testamento se aplica esta palabra a tres funciones: el sacerdote ungido, el rey ungido y el profeta ungido. No obstante, cuando hablamos de mesianismo, nos referimos a ideas sobre el rey ungido, considerado normalmente como un descendiente de David. En los días de Jesús, el mesianismo estaba centrado en las esperanzas puestas en un futuro descendiente de David que iba a restaurar Israel. Los manuscritos del Mar Muerto han enriquecido nuestra comprensión de las ideas mesiánicas en la antigüedad tardía.
Quizás el texto de Qumrán más importante para la autocomprensión mesiánica de Jesús sea 4Q521 (es decir, el documento número 521 de la cueva 4 de Qumrán). Una parte de este texto habla de cosas que sucederán cuando el Mesías de Dios aparezca en escena. La parte que nos importa en este contexto dice:
«[pues los cie]los y la tierra escucharán a su mesías, [y todo] lo que hay en ellos (Sal 146,6) no se apartará de los preceptos santos. ¡Reforzaos, los que buscáis al Señor en su servicio! ¿Acaso no encontraréis en eso al Señor (vosotros), todos los que esperan en su corazón? Porque el Señor observará a los piadosos y llamará por el nombre a los justos, y sobre los pobres posara su espíritu (Is 11,2), y a los fieles los renovará con su fuerza. Pues honrará a los piadosos sobre el trono de la realeza eterna, librando a los prisioneros (Sal 146,7), dando la vista a los ciegos, enderezando a los torcidos (Sal 146,8). Por siempre me adheriré a los que esperan. En su misericordia, él juzgará], y a nadie le será retrasado el fruto [de la obra] buena, y el Señor obrará acciones gloriosas como no han existido, como él lo ha di[cho,] pues curará a los malheridos, y a los muertos los hará vivir (Is 26,19), anunciará buenas noticias a los humildes (Is 66,1), colmará [a los indigentes (Sal 132,15), conducirá a los expulsados, y a los hambrientos los enriquecerá (Sal 107,9). [...] y todos [...]» (4Q521 frag. 2, col. II, líneas 1-14).
[Las cursivas indican palabras y expresiones citadas o parafraseadas del Antiguo Testamento, con las referencias entre paréntesis. Las palabras y letras entre corchetes contienen textos restaurados (es decir, reconstruidos por los especialistas)].
Este fragmento de 4Q521 está formado por una serie de expresiones tomadas de los salmos (especialmente del Salmo 146) y de Isaías. Todas estas expresiones son vistas como profecías que se cumplirán cuando «su» (es decir, de Dios) «Mesías» aparezca. Es evidente que el autor de este manuscrito fragmentario tenía una idea muy elevada del Mesías de Dios. El cielo y la tierra y todo lo que contienen «escucharán » u «obedecerán» al Mesías. Él librará a los prisioneros, dará la vista a los ciegos, enderezará a los torcidos, curará a los malheridos (es probable que esta expresión sea una referencia a las consecuencias de la guerra prevista entre los «hijos de la luz» y los «hijos de las tinieblas »), hará vivir a los muertos y anunciará buenas noticias a los pobres. Todas estas cosas maravillosas sucederán cuando aparezca el Mesías, el ungido del Señor.
Lo que hace que todo esto sea interesante para comprender a Jesús es que él dice algo parecido cuando responde a Juan el Bautista, que se encuentra preso y desanimado. Juan manda preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3). Jesús responde con su propia selección de palabras y expresiones de los profetas:
«Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan [Is 35,5-6], los leprosos quedan limpios y los sordos oyen [Is 35,5], los muertos resucitan [Is 26,19] y se anuncia a los pobres la Buena Nueva [Is 61,1]. ¡Y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!» (Mt 11,4-6; las cursivas son mías). Lo interesante es que Jesús apela a algunos de los pasajes y expresiones empleados también por el autor de 4Q521. Jesús dice a Juan que los ciegos ven, los muertos resucitan, y a los pobres (o afligidos) se les anuncia la Buena Noticia. La consecuencia es bastante clara. Al responder de este modo a la pregunta de Juan, Jesús da a entender claramente que él es, en efecto, el Mesías de Israel, porque las cosas maravillosas que se esperaba que sucedieran cuando llegara el Mesías están sucediendo de hecho en el ministerio de Jesús.
Otros textos de los manuscritos del Mar Muerto nos han ayudado también a comprender de un modo más preciso las ideas mesiánicas del tiempo de Jesús, así como otras ideas mesiánicas específicas expresadas en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, cuando el ángel anuncia a María el nacimiento de Jesús, le dice que su hijo será «llamado Hijo del Altísimo» e «Hijo de Dios» (Le 1,32.35). Durante algún tiempo algunos críticos argumentaron que la idea de que el Mesías iba a ser llamado «Hijo de Dios» reflejaba la influencia grecorromana sobre el cristianismo primitivo (porque al emperador romano se le denominaba con títulos como «hijo de Dios» y otros afines). Pero la figura salvadora esperada en 4Q246, un texto arameo que data del siglo I a.C, es llamada «Hijo del Altísimo» e «Hijo de Dios». Después de todo, esta idea estaba bien arraigada en Palestina.
Después de ser bautizado, Jesús oye una voz del cielo que le dice: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Me 1,11). La alusión al Salmo 2,7 es evidente: «Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado». Aunque en una expresión anterior del Salmo 2 está claro que esta declaración memorable se dirige al Mesías del Señor (véase el v. 2), algunos investigadores no estaban seguros acerca de si este salmo era entendido en sentido mesiánico en tiempos de Jesús. Uno de los manuscritos de la Regla de la comunidad de Qumrán sugiere que era comprendido en ese sentido. Según lQSa, el Mesías vendrá «cuando Dios lo haya engendrado » (2,11-12).
Lo que nos muestra todo esto es que el mesianismo de Jesús estaba arraigado en las ideas mesiánicas comunes en su tiempo. Pero más importante aún es el hecho de que los asombrosos paralelos entre 4Q521 y la respuesta de Jesús a Juan el Bautista ponen de manifiesto que Jesús entendió claramente su ministerio en sentido mesiánico. Con respecto a la cuestión de la influencia que tuvo la proclamación pascual, no hay duda de que el hecho de ver a Jesús resucitado tuvo que acrecentar su dignidad en el pensamiento de sus seguidores. Pero los antiguos judíos no esperaban que el Mesías tuviera que morir y resucitar. Por tanto, la muerte y la resurrección no constituyen un patrón mesiánico.
Si Jesús no hubiera animado a sus discípulos a pensar que él era el Mesías, dudo mucho que el apasionante descubrimiento del sepulcro vacío y las apariciones del Resucitado hubieran llevado de por sí a los discípulos a pensar que Jesús era el Mesías de Israel. Si no hubiera habido un contenido mesiánico en la enseñanza y las actividades de Jesús antes de Pascua, es improbable que ese contenido hubiera existido después. La mejor explicación de los datos es que, en efecto, Jesús fue comprendido como el Mesías antes de la Pascua, y que la Pascua confirmó esta comprensión en las mentes y la fe de los discípulos.
Por último, la frecuente referencia de Jesús a sí mismo como el «Hijo del hombre» es otra indicación de su autocomprensión mesiánica. Es verdad que no hay pruebas claras de que la expresión «Hijo del hombre» fuera entendida en tiempos de Jesús como un título del Mesías. Pero al autodenominarse «Hijo del hombre», Jesús alude a la misteriosa figura del «hijo de hombre» en Daniel 714. Esta figura se acerca a Dios (el «Anciano») y recibe el reino o la autoridad y el gobierno (real). Que Jesús se entendiera a la luz de esta figura es un argumento en favor de la idea que hemos expresado: Jesús se consideró efectivamente como el Mesías de Israel. La identidad mesiánica de Jesús no es una invención cristiana postpascual.
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