Entre los discípulos de Jesús hay uno que se caracterizó por su fe, no fingida y muy sincera. Era lo que llamaríamos el creyente racional por excelencia, el que necesitaba de evidencias, de pruebas tangibles. ¿Su nombre? Tomás. Y este famoso discípulo es protagonista en el texto que hoy tocamos gracias a una declaración que, como cristianos que somos, bien debemos imitarle. Si usted, mi estimado amigo, no puede hacer esta declaración de Tomás es porque posiblemente no esté a tono con la verdad. Vamos a revisar el texto.
El pasaje dice:
Entonces le dijo a Tomás:—Pon tu dedo aquí y mira mis manos; mete tu mano en la herida de mi costado. Ya no seas incrédulo. ¡Cree!—¡Mi Señor y mi Dios! —exclamó Tomás. (Jn 20:27.28, NTV)
El pasaje es extraordinario. Tomás no creía que Cristo haya resucitado y advirtió que si no le metía los dedos en las heridas no lo creería, es decir: sin evidencias no me lo creo! Una semana después se le apareció el Señor Jesús y la historia narra su conversación: "Pon tu dedo aquí y mira mis manos; mete tu mano en la herida de mi costado. Ya no seas incrédulo. ¡Cree!"
A Tomás no le quedó más remedio que caer rendido a los pies del Maestro, con una expresión de adoración: "—¡Mi Señor y mi Dios!" Como dice Emilio A. Nuñez "Aquí está el meollo de la obra para los que imitando a Tomás el apóstol hemos caído a los pies de Jesús llamándole Señor y Dios."
Y es precísamente lo que dice la expresión. Tomás no está exclamando sorpresa (como erróneamente piensan algunos). Por ejemplo, los testigos de Jehová proponen (y otros les hacen eco) que Tomás, sorprendido, dijo algo "¡Dios mío!", y no que se esté refiriendo a Jesús como Dios. Nada más absurdo que inventar semejante cosa queriendo quitarle a Cristo su señorío. En griego, la frase dice "ho kurios mou kai ho theos mou", es decir "El Señor de mí y el Dios de mí", algo que en un judío ortodoxo como Tomás sería imposible de decir en forma de sorpresa. Si Tomás hubiera dicho un simple Dios mío como sorpresa, Cristo lo habría reprendido por tomar el nombre de Dios en vano. Samuel Vila añade
Lo que interesa es su confesión de la divinidad de Jesús, y quizá de su omnisciencia, y la sumisión que le profesa... No se olvide que Tomás, como Juan, era un judío, radicalmente monoteísta, y que además un innecesario uso del nombre sagrado podría suponer un quebrantamiento del tercer mandamiento.
En su libro "Respuestas a las sectas", Norman Geisler y Ron Rhodes dicen que
"En vez de reprender a Tomás a Tomás, Jesús lo elogió por reconocer su verdadera identidad como "Señor y Dios" (v.29).
William Hendriksen comenta que:
Esta confesión debe entenderse a la luz de la experiencia inmediatamente precedente de Tomás; mejor aun, debe entenderse a la luz de la autorrevelación inmediatamente precedente de Jesús. Jesús se había revelado como (respecto a su naturaleza divina) omnisciente. En este sentido exaltado Tomás llama ahora a Jesús su Señor y su Dios. El que poco antes estaba tratando de “señorear sobre el Señor” (poniéndole condiciones que debía cumplir), se ha vuelto sumiso. Tomás ya no quiere mandar. En Jesús reconoce a su soberano, sí incluso a su Dios. Para un judío esta confesión era notable.
Josh McDowell, en su libro Nueva Evidencia que exige un veredicto, destaca a partir de Juan 20:28 que
"se demostró que Jesús era Dios en la carne, crucificado como debía serlo el Cristo, pero ahora resucitado de entre los muertos."
Así que no cabe duda posible. Por más que algunas sectas quieran mentir acerca de este texto no pueden lograrlo. Aun el testigo de Jehová más sincero no tiene cómo refutar el hecho de que Jesús es llamado aquí El Señor (ho kurios), título que ostenta el Adonai del Antiguo Testamento y que sólo le corresponde al Dios Todopoderoso. También es llamado el Dios (ho theos). ¿Qué otra prueba tenemos de su Deidad? Si usted, amigo lector, no puede decirle a Cristo MI SEÑOR Y MI DIOS, así como lo hizo Tomás, no puede considerarse cristiano ni seguidor del Mesías. Las pruebas son contundentes.
0 comentarios:
Publicar un comentario
¿Te ayudó este artículo? ¿Qué opinas?