por Sharon James |
Si en la actualidad hay un pecado imperdonable, es el sexismo. Los conceptos modernos sobre la igualdad nos condicionan a reaccionar contra cualquier distinción de roles entre hombres y mujeres. Cuando leemos que Dios creó a la mujer como «ayuda idónea» (Gn. 2:18), que «... el varón es la cabeza de la mujer...» (1 Co. 11:3), que las esposas deben someterse (Ef. 5:22) o que sólo los hombres deben líderar en la iglesia (1 Ti. 2:12), instintivamente pensamos: ¡Qué injusto! El problema es aún más serio porque, a lo largo de la historia, los hombres han usado su superioridad física para explotar a las mujeres, y a veces, se ha distorsionado lo que dice la Biblia a fin de justificar ese abuso.
Tristemente, desde la caída de la humanidad en el pecado, el liderazgo masculino se ha expresado a menudo mediante opresión pecaminosa (Gn. 3:16). También es lamentable que, con frecuencia, en la historia de la iglesia, los dones de las mujeres no se hayan confirmado en forma adecuada. Sin embargo, donde el cristianismo se difundió, la situación de la mujer siempre mejoró. Los países donde hoy más se explota a la mujer son los que menos exposición tienen al evangelio. La Biblia enseña que tanto el hombre como la mujer fueron creados a imagen de Dios (Gn. 1:27-28) y que toda vida humana es sagrada. Los cristianos han estado entre los primeros en proporcionar educación y otros derechos a las mujeres.
¿Qué sucede con el patriarcado intrínseco de las Escrituras? Las feministas evangélicas (igualitarias) rechazan las distinciones de roles. Sostienen que la Biblia se escribió en un contexto patriarcal, pero que hoy la situación es diferente.. De modo que el matrimonio es una asociación igualitaria con sumisión mutua (ver Gn. 2:24; Mt. 19:4-5; Ef. 5:31), y las mujeres deberían participar de todos los ministerios de la iglesia. Sin embargo, sus esfuerzos para explicar pasajes difíciles (por ej., 1 Ti. 2:8-15) no son convincentes. Las eruditas feministas que rechazan la autoridad de las Escrituras simplemente dicen que la Biblia está equivocada en este tema.
Debemos estar dispuestos a cuestionar las premisas contemporáneas a la luz de la Palabra de Dios.
Premisa 1: La igualdad es sinónimo de uniformidad. Hablar de roles distintos es discriminatorio.
Respuesta: La igualdad no es sinónimo de uniformidad. Las tres personas de la Trinidad son iguales en deidad, pero tienen una función diferente.
Premisa 2: La diferencia de roles tiene una relación directa con el valor personal. La sumisión es sinónimo de relegación.
Respuesta: Someterse no significa tener menos valor. El Hijo se somete al Padre aunque son iguales en deidad, y la sumisión del Hijo en realidad es Su gloria.
Premisa 3: Las mujeres obtendrán poder sólo cuando sean iguales a los hombres (cuando tengan las mismas posiciones y tareas).
Respuesta: No es necesario que las mujeres realicen los mismos trabajos que los hombres para tener poder. Esta idea es un insulto a la gran cantidad de mujeres que consideran que el éxito en las relaciones interpersonales es más importante que el prestigio profesional. La Biblia honra a las esposas, a las madres y a las amas de casa (Pr. 31; 1 Ti. 5:910,14), así como a aquellas mujeres que ministraban y tenían otras tareas.
Si dejamos de lado las premisas falsas, podemos ver que la Biblia apuntala a las mujeres. Dios las diseñó a la perfección para dar a luz y nutrir a esa nueva vida, y las preparó de muchísimas maneras (física, emocional, psicológica) para esa tarea. El llamado a ser esposa y madre es elevado. La Biblia también afirma el llamado de las mujeres solteras (1 Ca 7:34), que no pueden tener hijos biológicos, y declara que pueden ser «madres esirituales» de muchos. Dios le da a la mujer virtudes particulares que pueden usarse no sólo en la familia, sino también en muchas áreas de ministerio y en el trabajo.
Los hombres que guían a la iglesia tienen la responsabilidad de preparar a los demás miembros, incluidas las mujeres, para el ministerio (Ef. 4:12). El NT menciona a muchas mujeres que participaban de ministerios importantes. María Magdalena, Juana y Susana viajaban con Jesús y los Doce, y brindaban apoyo financiero a Su ministerio (Le. 8:13). Mientras que todos los discípulos, menos uno, se escondieron luego del arresto de Jesús, varias mujeres presenciaron Su muerte y prepararon Su cuerpo para la sepultura (Mt. 27:55). Luego de Su resurrección, Jesús se les apareció primero a las mujeres (Mt. 28:1-7). La iglesia de Jerusalén se reunía en la casa de María, la madre de Juan Marcos, quien al parecer gozaba de buena posición económica (Hch. 12:12). Pablo elogió a Febe y a otras colaboradoras (Ro. 16); Evodia y Síntique combatieron juntamente con él en el evangelio (Fil. 4:3); Priscila y su esposo le enseñaron a Apolo (Hch. 18:26); las mujeres oraban y profetizaban en las reuniones de la iglesia de Corinto (1 Co. 11:5); se ponía a las viudas piadosas en una lista oficial, probablemente, para recibir ayuda y para desarrollar un ministerio de oración y de servicio (1 Ti. 5:3-10). Muchos creen que las diaconisas participaban de los ministerios de ayuda (1 Ti. 3:11). Las ancianas debían preparar a las mujeres maduras para enseñarles a las jóvenes (Tit. 2:3-5).
Los que ven en las Escrituras roles definidos entre los géneros sostienen que la Biblia explica el significado que hay detrás de estas distinciones. La fortaleza masculina puede ser para protección y provísión. Muchas mujeres están dotadas para una vida de servicio: capacidades relacíonales para críar y cuídar. Estas características distintivas y la manera en que nos relacionamos reflejan un concepto profundo sobre Dios mismo. En resumen, una mirada más atenta a las Escrituras muestra que la Biblia honra y afirma a las mujeres. Para Dios, no son de segunda categoría.
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