La Biblia no solo dice que se trata de palabras inspiradas por Dios, sino que fue producida por escritores movidos, por el Espíritu. Pedro dice que los profetas del Antiguo Testamento fueron hombres «impulsados» por el Espíritu Santo. «Porque la profecía no ha tenido su origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de DIOS, impulsados por el Espíritu Santo» (2 Pedro 1:21). David, agregó: «El Espíritu del Señor habló por medio de mí; puso sus palabras en mi lengua» (2 Samuel 23:2). La Biblia, por lo tanto, dice que vino de Dios a través de hombres de Dios.
La Biblia fue escrita por profetas de Dios. Él es la fuente originaria de la Biblia, pero sus hombres, llamados profetas, fueron sus instrumentos para registrar sus palabras. El papel de los profetas bíblicos fue exclusivo. Eran sus voceros, encomendados para pronunciar sus palabras, ni más ni menos (cf. Proverbios 30:6; Apocalipsis 22: 18, 19). Dios le dijo a Balaam: «Limítate a decir sólo lo que yo te mande» (Números 22:35), y él respondió: «Solo que no podré decir nada que Dios no ponga en mi boca» (v. 38). 0, como lo expresa Amós: «Habla el Señor omnipotente; ¿quién no profetizará?» (Amós 3:8).
Todo el Antiguo Testamento fue escrito por profetas; algunos fueron profetas de oficio. Moisés fue un profeta (cf. Deuteronomio 18:15). Escribió los primeros cinco libros de la Biblia conocidos como «el libro de Moisés» (Marcos 12:26) o «Moisés» (Lucas 24:27). Todos los libros posteriores a estos al principio se llamaron «los profetas» (Mateo 5.17; Lucas 24:27). El Nuevo Testamento se refiere al conjunto de los libros del Antiguo Testamento como «las profecías» (2 Pedro 1:20,21; cf. Hebreos 1:1). Desde Samuel (cf. 1 Samuel 10: 10,12) ha habido un grupo de profetas (cf. 1 Samuel 19:20). Algunos hombres, como Elías (cf. 1 Reyes 18:36; Malaquías 4:5) o Eliseo (cf. 2 Reyes 9: 1 ), fueron reconocidos de esa forma.
Otros escritores del Antiguo Testamento fueron profetas porque tenían ese don. Es decir, no pertenecieron a ningún grupo o conjunto de profetas, pero Dios habló por medio de ellos y les dio un mensaje para transmitir al pueblo (cf. Amós 7:14,15). Daniel era un príncipe por profesión (cf. Daniel 1:3,6), pero se convirtió en profeta porque recibió el llama, do y el don. Jesús lo llamó «el profeta Daniel» (Mateo 24:15). David era un pastor, pero Dios le habló. David escribió: «El Espíritu del Señor habló por medio de mí; puso sus palabras en mi lengua» (2 Samuel 23:2). Incluso Salomón, que escribió Proverbios, Eclesiastés, y el Cantar de los Cantares, recibió las revelaciones de Dios como un profeta (cf. 1 Reyes 3:5). El resto de los autores del Antiguo Testamento están dentro de esta categoría, porque sus escritos estaban en la sección conocida como «los profetas» (Mateo 5:17; Lucas 24:27) y porque el Antiguo Testamento se conoce como Escrituras Proféticas (cf. Hebreos 1:1; 2 Pedro 1:20-21).
De igual manera, todos los escritores del Nuevo Testamento fueron «apóstoles y profetas», porque la iglesia se construyó sobre este fundamento (Efesios 2:20). Ellos también dijeron que recibieron su mensaje de Dios. Se considera que Pablo, que escribió casi la mitad de los libros del Nuevo Testamento, lo hizo tan inspiradamente como los escritores del Antiguo (cf. 2 Pedro 3:15-16); Mateo y Juan estaban entre aquellos a quienes Jesús prometió guiar «a toda verdad» (Juan 16:13; 14:26). Pedro, uno de los principales apóstoles, escribió dos libros basados en sus credenciales como apóstol y testigo ocular de Jesús (cf. 1 Pedro 1:1; 2 Pedro 1:1~16). Los otros escritores del Nuevo Testamento eran asociados de los apóstoles y tenían el don de la profecía, porque Dios habló también por medio de ellos (cf. Santiago 1:1; Judas 1-3).
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